Si es verdad eso que dicen sobre que todos los caminos
llevan a Roma, cada vez tengo más claro que tú debes ser la preciosa capital
italiana y yo un triste peregrino que no cesa de buscarte; tan solo acompañado
por el desamor como mochila y las tremendas ganas de verte, de tocarte, de
olerte, de saborearte… en fin, ya sabes. Tu sonrisa es mi brújula y tu anatomía
es el mapa que estoy recorriendo para así, poco a poco recordarte y figurarte.
De vez en cuando me entra sed, sed de verte, de hablar contigo, de decirte todo
lo que siento y de arriesgarme porque, quién sabe, a lo mejor todo sale bien.
Después de la célebre frase, se suele decir: “¿y cómo se
sale de Roma?”. Sinceramente, no tengo ni idea. Pero si en mi personificación tú
eres Roma, no quiero salir nunca. No quiero dejarte, quiero estar siempre
contigo, así que, qué tal si nos vamos.
Qué tal si vamos al Vaticano de la mano mientras en la
Capilla Sixtina me susurras que no hay obra de arte más bonita que nuestra
historia; qué tal si después vamos a la Fontana de Trevi y tiramos una moneda,
simbolizando nuestro amor eterno; podemos ir también al Coliseo, y correr
gritando que nos amamos. Caminar por las calles llenas de historia. Siempre
juntos.
Todos mis caminos me llevan a ti, y no sabes lo que me
gusta, así que me mantengo firme en decir que no quiero saber nada sobre la cuestión:
“¿Cómo se sale de Roma?”
Porque no quiero que esto (que
ni siquiera ha comenzado) acabe nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario